El pasado 8 de Septiembre, me escribía un cariñoso email uno de mis lectores, uno de vosotros, para ver si por favor le puedo ayudar de alguna manera, a salir del bache en el que se encuentra, puesto que le están sobreviniendo una serie de circunstancias adversas en su vida, que le hacen sentirse triste y frustado.
Citando unas palabras suyas, me dice exactamente «Quiero creer en que dios me ayuda pero no veo esa ayuda, ¿como puedo creer si no me ayudan?». Y me cuenta que ya hizo varias veces peticiones acorde a las instrucciones que doy en mi entrada titulada ¿Sabes como pedir un deseo?, aqui está la Fórmula Mágica, pero que se desespera porque no ve ningún resultado.
Querido Serafín, tus cariñosas palabras, a la vez que tristes, por la situación complicada que estás atravesando, me han hecho acordarme de una leyenda Noruega que llegó a mi hace tiempo, y que hoy quiero compartir con todos aquí, y especialmente contigo, porque es justo lo que necesitas leer en este momento.
Al menos así lo creo yo, ya que fue leer tu correo, y directamente venirme a la cabeza este mensaje para ti en forma de leyenda, que además también servirá para ayudar a muchos otros lectores, que al igual que tú, puedan estar atravesando un momento o momentos difíciles en sus vidas, y necesiten un mensaje o palabras de ánimo que les ayuden a seguir adelante y sobre todo, a no perder la fe en que tiempos mejores vendrán al final.
La antigua leyenda, de origen noruego, cuenta que un hombre llamado Haakon, cuidaba una Ermita, y en ella, se veneraba un crucifijo antiguo de mucha devoción. Este crucifijo recibía el nombre, bien significativo de «Cristo de los Favores». Todos acudían allí para pedirle al Santo Cristo algún milagro.
Un día el ermitaño Haakon quiso pedirle un favor a Cristo crucificado, impulsado por un sentimiento generoso. Se arrodilló ante la imagen y le dijo:
«Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto. Quiero reemplazarte en La Cruz.»
Y se quedó fijo con la mirada puesta en la Sagrada Efigie, como esperando la respuesta.
El Crucificado abrió sus labios y habló. Sus palabras cayeron de lo alto, susurrantes y amonestadoras:
«Hijo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición.»
¿Cuál, Señor?, – preguntó con acento suplicante Haakon. ¿Es una condición difícil? ¡Estoy dispuesto a cumplirla con tu ayuda, Señor!, -respondió el viejo ermitaño.
Escucha, suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardar silencio siempre.
Haakon contestó: ¡Os, lo prometo, Señor!
Y se efectuó el cambio. Nadie advirtió el trueque. Nadie reconoció al ermitaño, colgado con los clavos en la Cruz. El Señor ocupaba el puesto de Haakon. Y éste por largo tiempo cumplió el compromiso. A nadie dijo nada.
Los devotos seguían desfilando pidiendo favores.
Pero un día, llegó un rico, después de haber orado, dejó allí olvidada su cartera.
Haakon lo vio y calló. Tampoco dijo nada cuando un pobre, que vino dos horas después, se apropió de la cartera del rico. Ni tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él poco después para pedirle su gracia antes de emprender un largo viaje. Pero en ese momento volvió a entrar el rico en busca de la bolsa.
Al no hallarla, pensó que el muchacho se la había apropiado.
El rico se volvió al joven y le dijo iracundo: ¡Dame la bolsa que me has robado!
El joven sorprendido, replicó ¡No he robado ninguna bolsa! ¡No mientas, devuélvemela enseguida!
Le repito que no he cogido ninguna bolsa!, afirmó el muchacho. El rico arremetió furioso contra él.
Sonó entonces una voz fuerte:
¡Detente! El rico miró hacia arriba y vio que la imagen le hablaba.
Haakon, que no pudo permanecer en silencio, grito, defendió al joven, increpó al rico por la falsa acusación. Éste quedó anonadado, y salió de la Ermita. El joven salió también porque tenía prisa para emprender su viaje.
Cuando la Ermita quedó a solas, Cristo se dirigió al ermitaño y le dijo: «Baja de la Cruz, no sirves para ocupar mi puesto, no has sabido guardar silencio».
Señor, dijo Haakon, ¿Cómo iba a permitir esa injusticia?
Se cambiaron los oficios. Jesús ocupó la Cruz de nuevo y el ermitaño quedó ante el Crucifijo. El Señor, clavado, siguió hablando:
«Tú no sabías que al rico le convenía perder la bolsa, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una joven mujer. El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo; en cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal. Ahora, hace unos minutos acaba de zozobrar el barco y él ha perdido la vida. Tú no sabías nada. Yo sí sé. Por eso callo»
Y la sagrada imagen del crucificado guardó silencio
Muchas veces nos preguntamos: ¿Por qué razón Dios no nos contesta? ¿Por qué razón se queda callado Dios ante nuestras plegarias? Muchos de nosotros quisiéramos que Él nos respondiera lo que deseamos oír pero Dios no es así. Dios nos responde aun con el silencio. Debemos aprender a escucharlo. Su Divino Silencio, son palabras destinadas a convencernos de que, Él sabe lo que está haciendo.
En su silencio nos dice con amor:
¡CONFIAD EN MÍ, QUE SÉ BIEN LO QUE DEBO HACER!
«No temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra». Is. 41, 10.
«Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor, y de dominio propio». 2 Timoteo 1:7.
«Te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Yahvé tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas». Js. 1, 9.
Por tanto, querido Serafín, y queridos lectores, si estáis pasando por una tormenta en vuestras vidas, nunca olvidéis que al final siempre sale el arcoiris y que la luz o la lámpara que nos alumbra en la oscuridad, está en nuestro interior. Nunca dejéis de pedir al Padre, escrito está en la biblia:
Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque cualquiera que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se abrirá.
¿Qué hombre hay de vosotros, á quien si su hijo pidiere pan, le dará una piedra?. ¿Y si le pidiere un pez, le dará una serpiente?
Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas á vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos, dará buenas cosas á los que le piden?. Mateo 7:7-11
Seguid pidiendo pues, y nunca perdáis la fe, la esperanza, la paciencia, en que sí que vendrán tiempos mejores, porque solo manteniendo éste pensamiento positivo, podremos lograr alcanzar ver ese arcoiris tras las nubes de tormenta.
Recomiendo la lectura de dos entradas ya publicadas en el blog que os servirán de ayuda en vuestros momentos «bajos». Son las siguientes: 38 pensamientos positivos que pueden cambiar tu vida y otro cuento positivo en la misma línea que ésta leyenda «Veamos lo que trae el tiempo…»
Un abrazo a todos